El profesor, luciendo su mejor sonrisa de superioridad, saca otras piedras más pequeñas y empieza a menear aquello para que quepan unas cuantas. "Y ahora, ¿está lleno?". "Síiii", gritan la mitad que antes.
Como usted bien se imagina ya, coge entoces un buen montón de chinas y, tras repetir la operación, vuelve a la carga con la preguntita. Aunque no se lo crea, todavía hay quien responde: "Síii". Por eso saca un poco de arena y lo cubre hasta los topes. Aquí queda uno que responde "sí", mientras que los demás se han callado ya, viendo que los han dejado en ridículo tres veces. El que sigue en sus trece es el jefe que usted nunca querría tener, por cierto.
Foto: José A. Pérez.
Total, que ahora coge una botella y empieza a echar agua en el jarrón. "Ahora está lleno", dice el docente, quitándole a sus alumnos la oportunidad de acertar. "¿Qué habéis aprendido con esto?". "Que por muy ocupadas que estén nuestras agendas, siempre podemos encontrar un hueco". "Pues no, listillo", le contesta, "la lección es que si colocas en tu vida las cosas importantes primero, las demás irán encontrando su hueco?".
Fin del cuento. Ahora vayamos de lo abstracto a lo concreto. Tiene usted por delante un buen plato de cocido. Cuando se lo termina, regado con su correspondiente vinito, piensa que no puede más, pero sabe que hay natillas de postre. ¿Se las come? Claro que sí, o no estaría leyendo esto. Aún están camino del estómago cuando aparecen por ahí unos bomboncitos o unas tejas, o las dos cosas, para demostrarle que aún cabía algo. ¿Qué hará entonces? Se arreará un buen lingotazo de licor y a vivir que son dos días. ¿A que no necesita ir a una escuela de negocios para eso?