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martes, 22 de marzo de 2011

Morritos finos: Grimod de la Reynière

Grimod de la Reynière fue un abogado y periodista que vivió allá por la época de la Revolución Francesa y al que le dio exactamente igual. Teniendo en cuenta su profesión no deja de ser chocante, pero es que lo que de verdad le gustaba a este señor era el buen comer. Un ejemplo claro de sus preferencias es que en la misma entrada que recoge en su diario que han ajusticiado a Robespierre, escribe: "No hay pescado fresco en París".
Dicen las malas lenguas que su pasión por los placeres de la mesa no eran sino el reflejo de su escaso éxito con otros placeres. Ahora es cuando usted se imagina que le guiño el ojo y se hace a la idea de lo que estoy diciendo. Resulta que tenía una malformación en las manos que le daban cierta apariencia palmípeda y que eso rehuía a las mujeres. Otros, sin embargo, lo tachan de libertino y cuentan entre sus amistades al mísmisimo Marqués de Sade.


Sea como sea, lo que sí es cierto es que De la Reynière fue un gran periodista gastronómico, el más grande de su época, que coinicidíó con el gastrónomo más conocido, Brillat-Savarin, y con el cocinero que revolucionó la cocina francesa, Carême, como cuenta Raimundo García en este extraordinario artículo.
Como muestra de su trabajo queda el "Almanaque de golosos", que publicó entre 1803 y 1802, y que recoge tanto su pasión por la buena mesa como su inteligencia para comer de gorra. El "Almanaque" era una guía de restaurantes cuyos propietarios debían mandar los platos, con los portes pagados, a donde se reunía el jurado. Para que luego digan de la guía Michelín.

viernes, 4 de marzo de 2011

Morritos finos: Lúculo

Roma es un no parar de anécdotas de tragones. En nuestros días también hay quien se pone como el quico, está claro, pero es que en aquel entonces se hacían unos banquetes que hoy seguro que no permitirían las Autoridades Sanitarias. Ya que estamos, apague de una vez ese cigarro, que hay que ver cómo le gustan los vicios.
El otro día, igual se acuerda, hablábamos de Apicio, que pasó a la historia por suicidarse porque unos cuantos millones de sextercios no le iban a dar para mantener su tren de vida, así que decidió poner un par de palmos de tierra por encima de su cabeza.
Pues bien, querido lector, querida lectora, hoy le presentamos a Lúculo, del que quizá ya haya oído hablar. Este señor, militar de profesión, se dedicó a conquistar provincias en Asia a mayor gloria del Imperio y, de paso, de sus propias arcas. Tan bien lo hizo que llegó a cónsul con una considerable provisión de monedas que gastar. ¿Y en qué las empleó?
Pues aparte de construirse un modesto palacio, que dicen que sólo llegaría a igualar Nerón más tarde, a darse unos banquetes de toma pan y moja. En su mesa no faltaba ni un detalle, y al lujo de manteles y vajillas añadía unas viandas que harían que el Maxim's de los buenos tiempos pareciera una tascucha portuaria. Baste con decir que la palabra inglesa "luxury" (lujo) deriva de su nombre. Aparte de eso, a él le debemos la introducción en Roma de la cereza, el melocotón y el albaricoque, con lo que un poco de respeto. De si la fama es merecida o no, encárguese usted de juzgarlo con estas dos anécdotas.

 Y lo delgadito que estaba.    Foto:Janmad

La primera cuenta que una noche, disponiéndose a cenar solo, sus criados le sirvieron una cena ligera. No sabemos en qué consistía, pero viendo cómo se las gastaba, digamos que un par de faisanes al horno, un rodaballo a la brasa con garum y un poco de mebrillo con queso. Luculo miró alternativamente los platos y a los sirvientes y les pidió explicaciones por tan escaso tentempié. "Mi señor, como viene usted sin nadie, pensamos que no le apetecería gran banquete", se atrevió a justicarse uno de ellos. "Pues ya va poniendo algo más acorde con las circunstancias", le reprendió, "hoy Lúculo cena con Lúculo". Menudo tenía que ser el señor.
La segunda anécdota le pasó cuando se topó por la calle con su amigo Cicerón, que venía acompañado de Pompeyo. El primero, con recochineo, le retó a que los invitara a su casa para una manduca pero con la condición de que no diera aviso y comieran así lo mismo que tenía pensado para él. Lúculo pidió que se le permitiera indicar tan solo el salón de la casa donde se sentarían para el refrigerio.
"Hombre, Lúculo", le diría su amigote, "eso no te lo voy a negar". Así que ordenó que se sirviera la mesa en el salón Apolo. Lo que no sabían los otros dos es que el cónsul asignaba un presupuesto para los condumios en cada habitación, y el de ésta era de 50.000 dracmas. No hagan cuentas, que la inflación ha subido mucho desde entonces y fíense: era un dineral desorbitado. Así se gastaba los cuartos el hombre. Bien que le aprovecharon.

martes, 15 de febrero de 2011

Morritos finos: Apicio

Mire su cuenta corriente. ¿Le han entrado ganas de echarse a llorar? Eche un vistazo a su alrededor y vea como reprimen los demás 'El Gran Llanto'. Si le parece un magro consuelo, piense en Apicio, pobre, que él sí que lo paso mal. ¿Que quién es ese? Buena pregunta.
Apicio era un señor que habitó por Roma allá por el siglo I a.C., cuando aquello era todavía un imperio, y que se ponía como las garrapatas cada vez que se sentaba a la mesa. Puede creer que tampoco sería para tanto y estará en su derecho, faltaría más. Juzgue usted mismo.
Aquí van un par de platos de los que podía servir en uno de sus banquetes, para que se haga una idea de con quién nos jugamos los cuartos: flamenco con puerros, cilantro, dátiles y vino cocido; y guiso de grulla con ciruelas de Damasco, semillas de apio, comino, cebolla, ligústico, vino con miel, vinagre, pimienta, garum y aceite. Por cierto, los mercados de entonces estaban tan llenos de grullas como el mercado que tiene al lado de su casa.
Si las recetas anteriores le parecen extravagantes, no se cómo va a calificar a ésta: vulvas de cerda rellenas con pimienta, semillas de apio, menta, laserpicio, miel y garum. Las pueden encontrar, las recetas, en el libro "De re coquinaria", que se le atribuye.


Comprenderá que para llevar ese tren de vida, el hombre debía ser un poco gastoso, así que se pulió el solito, con ayuda de sus invitados claro, unos sesenta millones de los antiguos sestercios, si hemos de hacer caso a Marcial. Aquí dicen que el sestercio está hoy a 1,60€, así que haga cuentas.
Para su desgracia, Apicio también hizo sus números cuando le quedaban diez millones de sestercios. Calculó el precio de fletar un barco para traer quisquillas desde Libia y otras minucias que le gustaba disfrutar y concluyó que no le llegaba. Desesperado al constatar con cuanta crudeza le trataba la vida, decidio que sólo le quedaba una salida: cogió una buena copa, la llenó del mejor veneno y, gran glotón, no dejó ni una gota. Descanse en paz.