viernes, 4 de marzo de 2011

Morritos finos: Lúculo

Roma es un no parar de anécdotas de tragones. En nuestros días también hay quien se pone como el quico, está claro, pero es que en aquel entonces se hacían unos banquetes que hoy seguro que no permitirían las Autoridades Sanitarias. Ya que estamos, apague de una vez ese cigarro, que hay que ver cómo le gustan los vicios.
El otro día, igual se acuerda, hablábamos de Apicio, que pasó a la historia por suicidarse porque unos cuantos millones de sextercios no le iban a dar para mantener su tren de vida, así que decidió poner un par de palmos de tierra por encima de su cabeza.
Pues bien, querido lector, querida lectora, hoy le presentamos a Lúculo, del que quizá ya haya oído hablar. Este señor, militar de profesión, se dedicó a conquistar provincias en Asia a mayor gloria del Imperio y, de paso, de sus propias arcas. Tan bien lo hizo que llegó a cónsul con una considerable provisión de monedas que gastar. ¿Y en qué las empleó?
Pues aparte de construirse un modesto palacio, que dicen que sólo llegaría a igualar Nerón más tarde, a darse unos banquetes de toma pan y moja. En su mesa no faltaba ni un detalle, y al lujo de manteles y vajillas añadía unas viandas que harían que el Maxim's de los buenos tiempos pareciera una tascucha portuaria. Baste con decir que la palabra inglesa "luxury" (lujo) deriva de su nombre. Aparte de eso, a él le debemos la introducción en Roma de la cereza, el melocotón y el albaricoque, con lo que un poco de respeto. De si la fama es merecida o no, encárguese usted de juzgarlo con estas dos anécdotas.

 Y lo delgadito que estaba.    Foto:Janmad

La primera cuenta que una noche, disponiéndose a cenar solo, sus criados le sirvieron una cena ligera. No sabemos en qué consistía, pero viendo cómo se las gastaba, digamos que un par de faisanes al horno, un rodaballo a la brasa con garum y un poco de mebrillo con queso. Luculo miró alternativamente los platos y a los sirvientes y les pidió explicaciones por tan escaso tentempié. "Mi señor, como viene usted sin nadie, pensamos que no le apetecería gran banquete", se atrevió a justicarse uno de ellos. "Pues ya va poniendo algo más acorde con las circunstancias", le reprendió, "hoy Lúculo cena con Lúculo". Menudo tenía que ser el señor.
La segunda anécdota le pasó cuando se topó por la calle con su amigo Cicerón, que venía acompañado de Pompeyo. El primero, con recochineo, le retó a que los invitara a su casa para una manduca pero con la condición de que no diera aviso y comieran así lo mismo que tenía pensado para él. Lúculo pidió que se le permitiera indicar tan solo el salón de la casa donde se sentarían para el refrigerio.
"Hombre, Lúculo", le diría su amigote, "eso no te lo voy a negar". Así que ordenó que se sirviera la mesa en el salón Apolo. Lo que no sabían los otros dos es que el cónsul asignaba un presupuesto para los condumios en cada habitación, y el de ésta era de 50.000 dracmas. No hagan cuentas, que la inflación ha subido mucho desde entonces y fíense: era un dineral desorbitado. Así se gastaba los cuartos el hombre. Bien que le aprovecharon.

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