viernes, 18 de marzo de 2011

Filloas

La flexibilidad es una virtud no solo para los contorsionistas. En su vida cotidiana habrá podido comprobar que se consigue más lamiendo que mordiendo y que eso de mantenerse en sus trece quedará muy quijotesco, pero reporta poco beneficio práctico. No piense que es esto un elogio de la flexibilidad ética, sino de la gastronómica.
La introducción viene a cuento porque este plato que viene a presentar sus respetos por aquí es propio de carnaval y, a no ser que se lo haya pasado usted francamente bien, se habrá enterado de que ya ha terminado. Que nos dejen pues el pequeño recuerdo de uno de los mejores platos que ha creado el ser humano: las filloas.
Los crepes no son más que filloas francesas y son uno de los ejemplos de que la vida merece la pena ser vivida. Otros dirán que los hijos, o la pareja o cualquier otra sensiblería parecida. Muy bien, ahora piense si alguna vez le ha decepcionado una filloa y hágase la misma pregunta con esos seres queridos en los que ha pensado. No hay más preguntas.

 Foto: Zordor/Rodrigo Fernández.

Filloas las hay de muchos tipos, pero hoy vamos a hablar de las preferidas de este blog, que igual no coinciden con las suyas. Espero que sea condescendiente y sepa que más abajo tiene los comentarios para dejar su opinión al respecto. Por lo pronto prepare leche, huevos y harina. Si todavía no ha llegado al punto de que mezcla los ingredientes alegremente hasta que está como tiene que estar, digamos que necesita un litro de leche, medio kilo de harina y dos huevos. Bátalo todo y deje reposar cinco minutos.
Ahora, prepare una sarten, póngala a fuego medio y permítame un sacrilegio. En condiciones normales, esto se hace con tocino, pero nosotros le vamos a echar una cucharadita de mantequilla a la sartén para hacer cada filloa, que le da un toque chic, francés o goloso, lo que prefieran. En un minuto (o menos) por cada lado, tendrá lista su tortita. Acompáñela con azúcar y no se hable más. Por cierto, para comerse menos de una docena ni siquiera merece la pena encender el fuego.

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