viernes, 22 de octubre de 2010

Doscientos años dando la lata

Napoleón fue el padre de la conserva. No en sentido literal, pero casi. El corso, que tenía cierta ambición, era consciente de que sin nuevas tierras no podría ser emperador ni de lejos, por lo que se dedicó a una serie de guerras de conquista. Las batallas, claro, necesitan soldados y los soldados necesitan alimento duradero y sustancioso.
En 1803 decidió lanzar un concurso en el que otorgaba 10.000 francos, cantidad nada despreciable para la época, a aquel que inventara un método de conservación eficiente. Nicholas Appert, maestro confitero, fue el ingenioso que se llevó los cuartos, guardando las viandas en botellas de cristal tipo champán que sellaba con un corcho, alambre y lacre y cociendo durante largo tiempo en agua hirviendo. El método funcionó, aunque el propio Appert fue incapaz de explicar por qué. Lo hizo años más tarde, en 1850, Louis Pasteur, ilustre científico, al demostrar que el calor desactivaba la acción de los microorganismos que causaban la fermentación.
Antes, en 1810, el inglés Peter Durand descubrió que la hojalata era aún mejor que el cristal y perfeccionó el método. Eso sí, una cosa era inventar el bote y otra, la manera de abrirlo. Por aquél entonces se tenía que usar la bayoneta o un martillo y un cincel. En casos extremos, se le podía pegar un tiro. Pasaron 45 años hasta que se inventó el socorrido abrelatas.
Dos siglos después de aquella primera lata creada por Peter Durand podemos disfrutar de una suculenta y variada gama de conservas en nuestra casa. Ya iremos desmenuzando los productos, que hay para todos los gustos y bolsillos. Desde menos de un euro por una lata de sardinas hasta los 11,7 millones de dólares (no es una errata) de las de sopa Campbell. Las que pintó Warhol, eso sí.


Por cierto, que durante la Primera Guerra Mundial, los británicos utilizaban las latas de mermelada vacías para hacer granadas de mano. Nosotros pensamos seguir dando guerra, pero de otra manera.

2 comentarios:

  1. Comandante Arensibia25 de octubre de 2010, 13:08

    Si Napoleón hubiese conocido de todas las veleidades de la lata, habría investigado más. Porque si más tarde se usó como elemento bélico, hace unos años descubrí que también es elemento válido para la guerra psicológica. Y es que a orillas el Guadalquivir, existía no hace mucho (¿por dónde andará ahora...?) un individuo que, a modo de francotirador, se apostaba junto a los grupos callejeros que se avituallaban antes de la contienda nocturna. Preparaba su arma, una lata robada de cualquier contenedor, y comenzaba a lanzar andanadas de ritmos. Pero no era el artilugio metálico lo que descentraba a la soldadesca, que bien que la tocaba, sacando a un supuesto deshecho sonidos sorprendentes, sino una voz sacada del Averno y unas coplillas dignas de ser entonadas por toreros que se ponen "tan agustito".
    En fin, que al final conseguía unas monedas, cuando, tras varios minutos de martirio, amenazaba, siempre a ritmo de su lata: "y si no me dais ná, sus canto otra". Momento en el que los allí reunidos, rascaban sus bolsillos y pagaban el diezmo.
    ¡Ah, qué hubiese sido de Europa si Napoleón hubiese conocido al "Niño de la Lata"!

    ¡Enhorabuena por el Blog!

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  2. A lo mejor el ejeército francés hubiera llegado hasta Alaska a ritmo de pasacalles, sí. Siempre que le hubieran durado las latas, que se le debieron acabar a mitad de la campaña de Rusia, cuando aquello se convirtió en un sálvese quien pueda.

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